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🔐 El efecto Mandela en la economía del deporte ¿Qué aprender?

Las organizaciones deportivas internacionales y los regímenes políticos de todos los continentes consumieron el mensaje de Nelson Mandela con dos retribuciones: las sedes para su país de las Copas Mundial de Rugby de 1995 y la de fútbol de 2010. 

En 1990, el mundo veía con asombro a un envejecido Mandela y hasta ahora nombre sin rostro, pasar las puertas de la mentada prisión Victor Verster.

Eran las primeras imágenes de quien no se había visto desde hacía 27 años. Y que en libertad decidió entregar el resto de su vida a la reconstrucción de una nación destruida por el apartheid.

Cuatro años después, Nelson Mandela era el primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente. En lugar de guerra, ponderó la paz; en lugar de venganza buscó la reconciliación.

RESUMEN

Las organizaciones deportivas internacionales y los regímenes políticos de todos los continentes consumieron el mensaje de Nelson Mandela con dos retribuciones: las sedes para su país de las Copas Mundial de Rugby de 1995 y la de fútbol de 2010.  Pero aquel ideario de su lucha por personas libres, Pais libre, libre expresión tiene otro menos difundido pero trascendental y complicado: su abrupto cambio acerca de la libertad de los mercados y de una economía libre. Tras su muerte, su lucha por el fin de la discriminación racial y años de violencia han quedado como legado y ejemplo para la humanidad,  pero su sueño de un país con una “una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con oportunidades iguales” se lo llevó a la tumba porque el capitalismo y los mercados libres no lograron resolver para su Sudáfrica las oportunidades iguales.

Fútbol, un símbolo económico de unión

Minutos después de que Sudáfrica conquistara en Zúrich el derecho a albergar la Copa Mundial de la FIFA 2010™ en mayo de 2004, Nelson Mandela se dirigió al estrado, alzó el trofeo y mientras esbozaba una sonrisa, sobrecogido por la emoción, dejó escapar una lágrima. Era un momento jubiloso para aquel hombre legendario que había luchado sin descanso para que su país ganara el derecho a convertirse en anfitrión de la empresa deportiva más importante del mundo.

Madiba, título honorario que adoptan los ancianos del clan al que pertenecía, fue una figura emblemática que trascendió las barreras de raza, color, religión y nacionalidad. Para su propia nación simboliza como nadie la esperanza, la paz, el perdón y la reconciliación.

Desde el podio, un día antes de las votaciones celebradas en Zúrich, Mandela había manifestado a los delegados y a los 24 miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA que la Copa Mundial en Sudáfrica sería un “sueño hecho realidad” para él mismo y para los demás africanos. Una afirmación cuanto menos interesante viniendo de un hombre que había sacrificado tanto, incluso tres décadas de su vida pérdidas para siempre en la cárcel, por su país.

“En la Isla de Robben sólo se podía seguir la Copa Mundial de la FIFA por la radio. El fútbol era la única distracción que teníamos los prisioneros, nuestra única satisfacción. Con el fútbol, entonaremos nuestro propio canto a la humanidad en el extremo meridional de África, y lo compartiremos con el resto del continente y del mundo entero”.

Para entender el sentido profundo de esas palabras es preciso recordar el camino que había recorrido Madiba hasta llegar a aquel momento.

En 1990, un envejecido Mandela cruzó las puertas de la ya famosa prisión VICTOR VERSTER tras casi de tres décadas de encarcelación, al grito de AMANDLA (Poder para el pueblo), la consigna de la lucha por la liberación. Las imágenes de su liberación adquirieron inmediatamente carácter legendario. Eran las primeras de un hombre a quien el mundo no había visto desde hacía 27 años. Hasta aquel momento, un nombre sin rostro.

Aquellos años de trabajos forzados en las canteras de la Isla de Robben y aquellas noches solitarias en completo aislamiento habían perfilado el sueño de Mandela. En cuanto salió de la cárcel, entregó su vida a la reconstrucción de un país destruido por el apartheid. En lugar de guerra, preconizó la paz; en lugar de venganza buscó la reconciliación.

EL LARGO CAMINO HACIA LA LIBERTAD

NELSON RHOLIHLAHLA MANDELA nació el 18 de julio de 1918 en la pedanía de Mvezo, a pocos kilómetros de Mthatha, un municipio perteneciente a la Provincia Oriental del Cabo. Pasó la infancia en Qunu, otra aldea también próxima a Mthatha, en el antiguo bantustán de Transkei.

Mandela creció bajo la represión de las leyes del apartheid, y pronto decidió que debía consagrar la vida a liberar a su pueblo de la opresión. Estudió Derecho, se hizo abogado y se dedicó a encabezar movimientos populares, como la Campaña de Desobediencia Civil, uno de los primeros y más importantes actos de resistencia no violenta, en protesta por la legislación injusta.

El gobierno de la época no tardó demasiado en situar a Mandela en su punto de mira. En 1962, lo arrestaron y lo sentenciaron a cinco años de cárcel. Fue su primer encuentro con la cárcel en la que iba a pasar casi dos décadas de su vida: la Isla de Robben. Ya en prisión, se presentaron nuevas acusaciones contra él y otros activistas políticos por delitos de sabotaje y conspiración contra el Estado, castigados con la pena de muerte. Sólo la presión internacional y las manifestaciones que se llevaron a cabo en todo el mundo salvaron de la horca a los acusados.

El tribunal cambió la sentencia por la de cadena perpetua en la Isla de Robben, un islote situado a pocos kilómetros mar adentro de Ciudad del Cabo. A esta penitenciaría de alta seguridad en pleno océano Atlántico iban a parar únicamente los llamados “enemigos del Estado”, donde cumplían sentencia en condiciones infrahumanas.

Mandela tenía una esterilla por lecho, y una fina manta lo protegía de los fríos vientos marinos y del duro cemento de la celda. En su libro EL LARGO CAMINO HACIA LA LIBERTAD, escribió:

“La isla de Robben era sin lugar a dudas la prisión más brutal y represiva del sistema penitenciario sudafricano, verdadera fuente de penalidades no sólo para los presos, sino también para los funcionarios. Comprendimos que nuestras vidas iban a ser irremediablemente duras. Fue en esos largos y solitarios años que mi sed de libertad para con mi pueblo se convirtió en sed de libertad para todos los pueblos, blancos y negros por igual. Sabía muy bien que el opresor debía ser liberado al igual que el oprimido. Un hombre que priva de libertad a otro es un prisionero del odio, está preso detrás de los barrotes de sus prejuicios”.

EL DEPORTE COMO VEHÍCULO DE PRESIÓN

Conforme la presión internacional y el aislamiento de la comunidad deportiva (incluida la expulsión de Sudáfrica del seno de la FIFA) empezaron a asfixiar el gobierno del apartheid, el cambio resultó inevitable. El 2 de febrero de 1990, el entonces presidente sudafricano, Frederick W. de Klerk, sorprendió al mundo con el anuncio de que la liberación de Mandela tras 27 años de prisión. Pocos días después, el 11 de febrero, Mandela salía de la cárcel Victor Verster.

En su primera rueda de prensa, se refirió con pasión a la imperiosa necesidad de que el país se uniera para defender la reconciliación, un proceso que iba a cerrar las profundas cicatrices y heridas emocionales que causaron las injusticias del régimen del apartheid. Cuatro años después, Mandela se convirtió en presidente de Sudáfrica, el primero elegido democráticamente en la nación. Terminada la primera legislatura, abandonó la política y anunció su jubilación. Sin embargo, en lugar de retirarse a su casa, a la aldea de Qunu, Madiba siguió trabando por mejorar las vidas de los sudafricanos y, por supuesto, por llevar la Copa Mundial de la FIFA al continente.

Cuando por fin llegó ese momento, y a pesar de que su fragilidad aumentaba y de la trágica muerte de su bisnieta la víspera de la competición, Mandela, a sus 92 años, no dudó en ocupar su lugar en tan señalado acontecimiento de la historia de Sudáfrica. Uno de los momentos más memorables y emotivos de aquella inolvidable Copa Mundial de la FIFA africana se produjo justo antes de la gran final, cuando Madiba se presentó sobre el terreno de juego en medio de la ovación enfervorizada de los aficionados presentes en el estadio Soccer City de Johannesburgo.

El hombre que tanto había hecho para llevar la competición a Sudáfrica se convirtió merecidamente en el gran protagonista del momento cumbre y triunfal del certamen.

INVICTUS: EL ENORME LEGADO DE MANDELA

Las organizaciones deportivas internacionales consumieron el mensaje de reconciliación de Mandela con las sedes de las Copas Mundial de Rugby de 1995 y la de fútbol de 2010.

Dos sucesos que Mandela supo gestionar para negar la guerra y construir sin venganza. El primer pretexto fue la Copa Mundial de Rugby de 1995. Fija su atención en la selección sudafricana de rugby, conocida como SPRINGBOKS. Pero la sequía en los campos era notoria y como consecuencia, el apoyo de la población negra se manifestaba más en favor de los rivales que en su equipo.

A un año de su realización, Mandela resuelve apoyar al equipo nacional. Convence a las nuevas autoridades del Comité de Deportes del país, compuesta en su mayoría por dirigentes de raza negra, de que se unan en el apoyo a los SPRINGBOKS. Convoca entonces al capitán del equipo, François Pienaar, a pensar que el triunfo de la selección de rugby en la Copa Mundial sería un logro capaz de unir e inspirar a una nación. Para persuadirlo, le comparte el poema escrito por William Ernest Henley llamado INVICTUS, y que le sirvió de inspiración durante sus 27 años de prisión.

“Más allá de la noche que me cubre, negra como el abismo insondable, agradezco a los dioses si existen, por mi alma inconquistable. Caído en las garras de la circunstancia nadie me vio llorar ni pestañear. Bajo los golpes del destino mi cabeza está ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de ira y llantos, frecuenta el horror de la sombra, aun así la amenaza de los años me encuentra y me encontrará sin miedo. No importa cuán estrecho sea el portal, Cuán cargada de castigos la sentencia, soy el maestro de mi destino: soy el capitán de mi alma”.

Pienaar y su grupo comienzan el proceso de preparación, al mismo tiempo que por iniciativa de Mandela, cumplirían la tarea de llevar el rugby a las distintas comunidades negras mediante sesiones de entrenamiento. El proceso fue lento. Los sudafricanos, blancos y negros, mantenían sus dudas acerca del efecto rugby sobre la fusión de una nación dividida durante 50 años por discriminaciones raciales. Para muchos de los ciudadanos negros, especialmente los más radicales, el equipo de los SPRINGBOKS simbolizaba la “supremacía blanca”. Sin embargo, Mandela y Pienaar defendían su propuesta de unión con el pretexto del rugby como elemento de unión.

Las cosas empiezan a cambiar a medida que los jugadores interactúan y comparten experiencias deportivas con los locales. Durante los juegos de apertura, el apoyo por los SPRINGBOKS comienza a crecer entre la población negra. Para los siguientes juegos, luego de las primeras en la Copa Mundial, ya los ciudadanos de todas las razas apoyaban los esfuerzos de Mandela y la selección de rugby.

Los SPRINGBOKS superan todas las expectativas y califican a la final de la Copa Mundial. Enfrentan al equipo de Nueva Zelanda, los ALL BLACKS, conocidos como el equipo de rugby más exitoso del mundo en aquel entonces.

Antes del juego, los SPRINGBROKS visitan la Isla Robben, prisión en la cual Mandela pasó la mayor parte de sus 27 años de condena. La experiencia conmueve profundamente a Pienaar, quien se sorprende por el hecho de que Mandela sea un hombre capaz de perdonar a aquellas personas que lo encerraron en una celda durante casi tres décadas.

El estadio Ellis Park de Johannesburgo se llena de blancos y negros para vivir la final.

Para reafirmar la convivencia, un avión sobrevuela el recinto con un mensaje: “Buena Suerte SPRINGBOKS”.

Los SPRINGBOKS” ganan el juego con un gol de patada de campo de último minuto de Joel Stransky (Scott Eastwood), con un marcador de 15–12. Mandela y Pienaar se reúnen en el campo para celebrar la improbable e inesperada victoria.

Las calles de la ciudad se llenan en una celebración unánime sin distinción de raza o condición social. El primer presidente negro de Sudáfrica observa a su nación unida en un solo grito de victoria. Y las letras del poema INVICTUS de William Ernest Henley, y que le sirvió de inspiración durante sus 27 años de prisión, repasan su mente como justificación de una obra edificada.

UN SUEÑO A LA TUMBA: LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS
“Una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con oportunidades iguales”

Cuando uno piensa en Nelson Mandela, probablemente piensa en la libertad: personas libres, país libre, libre expresión. Lo que quizá eclipsado por el extraordinario legado de Mandela fue su complicado proceso para finalmente apoyar los mercados libres y una economía libre.

Cuando Mandela fue liberado de prisión en 1990, dijo a sus seguidores del Congreso Nacional Africano que creía en la nacionalización de las principales empresas de Sudáfrica. “La nacionalización de las minas, los bancos y las industrias monopólicas es la política del CNA, y un cambio o modificación de nuestras opiniones a este respecto es inconcebible”, dijo en ese entonces.

Dos años después, sin embargo, Mandela cambió de opinión, adoptando el capitalismo, y trazó un nuevo rumbo económico para su país.

La historia de la opinión económica en evolución de Mandela es asombrosa: Sucedió en enero de 1992, durante un viaje a Davos, Suiza, para la reunión anual del Foro Económico Mundial. Mandela se convenció de apoyar un marco económico para Sudáfrica basado en el capitalismo y la globalización después de una serie de conversaciones con otros líderes mundiales.

“Cambiaron por completo mis opiniones”, dijo Mandela a Anthony Sampson, su amigo y el autor de “Mandela: The Authorized Biography”. “Volví a casa diciendo: ‘Amigos, tenemos que elegir. Mantenemos la nacionalización y no recibimos inversión, o modificamos nuestra propia actitud y recibimos inversión’”.

Dentro de Sudáfrica, la rápida retractación de Mandela fue vista con escepticismo, y han persistido durante mucho tiempo las dudas sobre si fue presionado de algún modo por Occidente para que abriera la economía del país.

Sin embargo, según Tito Mboweni, un ex gobernador del Banco Sudafricano de la Reserva, quien acompañó a Mandela a Sudáfrica, el cambio de opinión de Mandela fue genuino.

Cuando llegaron a Davos, donde Mandela tenía programado hablar, “nos presentaron un discurso, preparado por algunos tipos bien intencionados en la oficina del CNA” en Johannesburgo, que se enfoca en “la nacionalización como política del CNA”, relató Mboweni en una carta al periódico Sunday Independent en Sudáfrica a fines del año pasado. “Discutimos esto extensamente y decidimos que el contenido era inadecuado para el público de Davos”.

“Así que yo elaboré un breve mensaje para el público”, añadió. “Ese mensaje fue sobre cómo el CNA pretendía alcanzar la justicia social para la población mayoritariamente negra: vivienda decente, atención médica, educación decente, transporte público, acceso a agua potable, sanidad y acceso a lo que llamé ‘los medios de producción’, es decir, la creación de una clase empresarial negra. Eso es todo. Nada de capitulación”.

Pero conforme se acercaba a su fin la conferencia de cinco días en la que celebró reuniones rápidas de alto nivel, Mandela pronto decidió que necesitaba reconsiderar sus largo tiempo albergadas opiniones: “Madiba luego tuvo algunas reuniones muy interesantes con los líderes de los partidos comunistas de China y Vietnam”, escribió Mboweni, usando el nombre de clan de Mandela. “Le dijeron francamente esto: Actualmente nos estamos esforzando por privatizar las empresas estatales e invitar a la empresa privada a nuestras economías. Somos gobiernos de partidos comunistas, y usted es líder de un movimiento de liberación nacional. ¿Por qué está hablando de nacionalización?'”

“Fueron esos momentos decisivos los que le hicieron pensar en la necesidad de que nuestro movimiento reconsiderara seriamente el tema”, dijo Mboweni.

La campaña de Mandela hacia los mercados libres abrió a su país para que se volviera el de más rápido crecimiento en África y eventualmente atrajera miles de millones de dólares de inversión de grandes compañías extranjeras.

Barclays, por ejemplo, adquirió Absa, el banco de consumo más grande de Sudáfrica, en 2005. Iscor, la mayor acerera del país, fue vendida a LNM de Lakshmi Mittal en 2004. El Banco Industria y Comercio de China compró una gran participación accionaria en Standard Bank, la compañía de servicios financieros más grande de Sudáfrica, en 2008. Y Massmart, una cadena de supermercados sudafricana, vendió una participación accionaria mayoritaria a Walmart en 2011.

El propio Mandela también adoptó al altruismo de gran capital que solo puede ser llevado a cabo por capitalistas multimillonarios. Se hizo amigo de Bill y Melinda Gates, que han donado cientos de millones de dólares a la región; Theodore J. Forstmann, el ejecutivo de adquisiciones y filántropo; y Richard Branson, el emprendedor, entre otros.

Pero pese a la adopción de Mandela del capitalismo y los libres mercados, como lo demostró a través de su política llamada GEAR (sigla en inglés de Crecimiento, Empleo y Redistribución), los resultados despiertan más dudas que respuestas sobre su éxito.

Sudáfrica sí ha crecido, pero a un ritmo anual de 3.2 por ciento de 1993 a 2012, muy por debajo de otros países emergentes como China e India. Y la brecha entre ricos y pobres es ahora más amplia que cuando Mandela se convirtió en presidente. La desigualdad en Sudáfrica es un problema real y creciente.

La Comisión de Planificación Nacional de Sudáfrica ha dicho que en 1995, la proporción de sus ciudadanos que vivían por debajo de la línea de pobreza de 2 dólares diarios era de alrededor de 53 por ciento; la cifra ha oscilado entre 58 por ciento y 48 por ciento.

La tasa de desempleo oficial se ubica en alrededor de 25 por ciento y quizá, en realidad, sea mucho más alta. Según Bloomberg News, el hogar blanco promedio gana seis veces más que un hogar negro promedio. Entre los varones negros jóvenes, el desempleo se acerca al 50 por ciento. Los blancos aún ocupan casi tres cuartas partes de todos los puestos administrativos.

“Sigue habiendo una guerra entre el capital y la mano de obra”, dijo Irvin Jim, secretario general de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos de Sudáfrica, en el programa The Big Debate de la Corporación Difusora Sudafricana en septiembre, según la revista The Africa Report. “Nada ha cambiado. Durante la lucha, los trabajadores peleaban por un salario para vivir, pero la brecha salarial del apartheid persiste”. El salario promedio de un blanco es de 19,000 rands (1,900 dólares) al mes, dijo, pero para los negros es de apenas 2,500 rands. “¿Qué se compra con eso? Viviendas precarias, productos inferiores, todo inferior”.

Mandela quizá haya puesto fin al apartheid y a años de horrible violencia, pero su sueño de crear un país que, como dijo, sea “una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con oportunidades iguales” quizá siga siendo un sueño que el capitalismo y los mercados libres no han resuelto todavía.

FUENTES TEMÁTICAS:
ANDREW ROSS SORKIN © The New York Times
© Fifa.com
© Rolfehugobuitrago.com

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