En 1990, el mundo veía con asombro a un envejecido Mandela y hasta ahora nombre sin rostro, pasar las puertas de la mentada prisión Victor Verster.
Eran las primeras imágenes de quien no se había visto desde hacía 27 años. Y que en libertad decidió entregar el resto de su vida a la reconstrucción de una nación destruida por el apartheid.
Cuatro años después, Nelson Mandela era el primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente. En lugar de guerra, ponderó la paz; en lugar de venganza buscó la reconciliación.
Las organizaciones deportivas internacionales y los regímenes políticos de todos los continentes consumieron el mensaje de Nelson Mandela con dos retribuciones: las sedes para su país de las Copas Mundial de Rugby de 1995 y la de fútbol de 2010. Pero aquel ideario de su lucha por personas libres, Pais libre, libre expresión tiene otro menos difundido pero trascendental y complicado: su abrupto cambio acerca de la libertad de los mercados y de una economía libre.
Tras su muerte, su lucha por el fin de la discriminación racial y años de violencia han quedado como legado y ejemplo para la humanidad, pero su sueño de un país con una “una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con oportunidades iguales” se lo llevó a la tumba porque el capitalismo y los mercados libres no lograron resolver para su Sudáfrica las oportunidades iguales.
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