Por deslumbrantes que sean las individualidades como Mbappé, Ronaldo o Messi, el rendimiento colectivo de sus equipos está intrínsecamente ligado a su jugador menos sólido. Esto plantea una pregunta crucial para las empresas: ¿cómo la gestión basada en la teoría del eslabón débil puede forjar equipos de éxito en el ámbito corporativo?
El verano de 2021 fue testigo de historias futbolísticas que resonaron con una lección atemporal sobre el poder del colectivo. La conquista de la Eurocopa por una Italia sin figuras estelares fue un claro ejemplo. Su líder en el campo, Giorgio Chiellini, lo resumió con sencillez: el éxito se debió a “anteponer el interés del equipo al individual”. La distribución de los goles, con cuatro jugadores anotando dos cada uno, reforzó esta idea de un esfuerzo compartido.
En contraposición, el mercado de fichajes de ese verano también protagonizó el movimiento de dos futbolistas icónicos, cuya influencia individual había llegado a dominar sus respectivos entornos. La llegada de Cristiano Ronaldo a la Juventus en 2018 trajo consigo un aumento significativo en ingresos y dos ligas, pero no el anhelado título europeo (Liga de Campeones).
Para el verano de 2021, Ronaldo, con 36 años, emprendió su regreso al Manchester United por 15 millones de euros, una operación precedida por relatos de fricciones internas en su etapa italiana.
El escenario es ligeramente diferente en el FC Barcelona, el club que perdió a Lionel Messi, el rival deportivo y mediático de Ronaldo cuando el portugués era estrella del Real Madrid CF, tras una década de Messidependencia.
Del individualismo al colectivo: Lecciones del deporte
Leonardo Bonucci, de la Juventus, admitió que no habían jugado como un equipo, sino para hacer que Ronaldo marcara.
El verano de 2021 ofreció reveladoras perspectivas sobre la dinámica de equipo, confirmadas por eventos destacados en el fútbol mundial. Jonathan Liew, en The Guardian, observó cómo la figura omnipresente de Cristiano Ronaldo en sus apariciones públicas contrastaba con los sentimientos de unidad inherentes al éxito colectivo en el deporte. Esta desconexión se evidenció en su paso por la Juventus, donde, a pesar del aumento en ingresos comerciales y dos títulos de Serie A, su presencia no impulsó al equipo en la Liga de Campeones, siendo eliminado. Su posterior traspaso al Manchester United estuvo marcado por rumores de fricciones internas, subrayando la complejidad de integrar individualidades dominantes en un colectivo.
En contraste, el Barcelona, que durante una década dependió en gran medida de Lionel Messi (“Messidependencia“). Dicho término se refería a la habilidad del astro argentino para resolver partidos complicados con un gol (anotó la sonora cifra de 672 goles en 778 partidos con el club). Este talento excepcional enmascaró las dificultades económicas de la institución, un hecho que Simon Kuper, colaborador de strategy+business y autor de “The Barcelona Complex“, describe en su artículo “El Barça parasita a Messi, hasta que empezó a comerse al club“.
El Barcelona pagó a Messi unos insostenibles 555 millones de euros (674 millones de dólares) en los cuatro años, de 2017 a 2021.
Un escenario contrastante se vivió en la selección italiana que, sin una constelación de estrellas, conquistó la Eurocopa. Su capitán, Giorgio Chiellini, atribuyó este logro a una gestión que priorizó el interés del equipo sobre el individual. El hecho de que el máximo goleador solo anotara dos veces, una marca compartida por cuatro jugadores, ilustra esta filosofía de responsabilidad y contribución distribuida.
Este enfoque colectivo resuena con principios que el mundo empresarial ha reconocido durante décadas, como se explora en el clásico The Wisdom of Teams de Jon Katzenbach y Douglas K. Smith (1993). La esencia radica en la sinergia que emerge de la interacción de habilidades y emociones, donde el entusiasmo colectivo genera un efecto dominó que moldea una cultura organizacional sólida. Incluso en deportes tradicionalmente individuales, la importancia del espíritu de equipo se hace palpable.
El golfista Rory McIlroy, una superestrella en su disciplina, expresó con emoción su experiencia en la Ryder Cup de 2021, destacando el valor incomparable de formar parte de un equipo, una perspectiva que contrastaba con su escepticismo anterior sobre la competición por equipos.
El poder de las conexiones emocionales y las narrativas compartidas como catalizadores del rendimiento colectivo también se manifestó en el fútbol americano. Los Cleveland Browns de la NFL, aprovechando el confinamiento de 2020, fortalecieron sus lazos internos a través de la compartición de historias personales en torno a cuatro pilares: historia, héroes, desafíos y esperanzas. Esta estrategia, complementada con tácticas como la rotación de capitanes, culminó en su mejor temporada en más de dos décadas.
El profesor el profesor J. Richard Hackman (1940-2013), en Leading Teams: Setting the Stage for Great Performances, argumenta que las condiciones para un rendimiento óptimo de un equipo trascienden el talento individual de sus miembros estrella. Equipos que comparten recursos, fomentan la flexibilidad y promueven el aprendizaje colectivo pueden superar a aquellos con talento desequilibrado pero con estructuras y liderazgos deficientes.
Esta idea se alinea con la “teoría de la junta tórica” en economía, (Este enfoque se inspira en el desastre del transbordador espacial Challenger, donde un pequeño fallo en una junta tórica causó la tragedia) que subraya la interdependencia de todos los componentes de un sistema complejo, donde el fallo del más pequeño puede comprometer el resultado global.
Aplicado a los equipos, tanto deportivos como empresariales, esto se conoce como la teoría del eslabón débil: el éxito colectivo está condicionado por el rendimiento del miembro menos fuerte, no del más destacado. Chris Anderson y David Sally desarrollan esta teoría en el fútbol en The Numbers Game, un principio que Diego Simeone del Atlético de Madrid aplica en su estrategia táctica.
Este concepto plantea una paradoja en la detección de talentos, como señala Stefan Szymanski: si el valor de un jugador está intrínsecamente ligado a sus compañeros, ¿por qué los clubes de fútbol priorizan la compra individual en lugar de combinaciones sinérgicas? En última instancia, la capacidad de los compañeros para colaborar eficazmente puede superar el talento individual. La clave reside en identificar quién potencia a quién y cómo se maximizan las sinergias.
Aunque esta identificación no siempre es sencilla, los equipos que reconocen el poder del funcionamiento colectivo y cultivan entornos donde estas asociaciones florecen, como la selección italiana, son quienes cosechan los mayores éxitos.
Acerca del autor:
Ben Lyttleton es el autor de Twelve Yards: The Art and Psychology of the Perfect Penalty Kick. Y Edge: Leadership Secrets from Football’s Top Thinkers.
Fuente | Strategy + business
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