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🔐 Cuando una marca se mancha: El caso de estudio FIFA

El sonoro caso de corrupción puso al escarnio público nombres de dirigentes que se auto proclamaban como los líderes del fútbol. Y desnudó que la corrupción en los deportes también es una especie de juego generalizado.

RESUMEN

Qué pasará con el holding del fútbol mundial tras el mayor escándalo de pillaje financiero hecho por quienes se paseaban por palacios y casas de gobierno como los grandes jefes de estado de una república independiente, llamada FIFA, predicando las bondades de un negocio sin fronteras que presumía unión, desarrollo y arquetipo de gestión? La globalización ha sido una bendición para la industria del deporte. Y no solo para la materia prima bien pagada (atletas) y las concesionarias de autos que patrocinan. Ha producido estándares más altos, mejores estadios y espectáculos más profesionales. Pero para hacer frente a los riesgos que le acompañan, los deportes necesitan ser dirigidos como empresas transparentes y rigurosas.

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Más grande que Blatter

Así que el obstinado septuagenario renunció a un comité poco importante. ¿Por qué tanto alboroto y titulares?, se han estado preguntando algunos observadores mientras ponen los ojos en blanco. ¿Qué importa quién dirija a la FIFA, el organismo internacional que rige al fútbol, o dónde se celebran sus torneos? Todos estos chanchullos, como el furor que ocasionalmente estalla en otros deportes, son absurdamente exagerados. El fútbol pertenece a las páginas interiores, no a la primera plana.

Esa opinión, común entre los no entusiastas de los deportes, radica en la errónea idea de que la corrupción en los deportes también es una especie de juego, en la cual los rufianes inocuamente se birlan los ingresos de taquilla. Incluso muchos fanáticos, perturbados por la turbulencia en su afición, pasan por alto su verdadera gravedad. Porque, en el fondo, éste no es un tema recreativo sino criminal. Ni inocuo ni carente de víctimas, la corrupción deportiva es perpetrada por funcionarios deshonestos, gobiernos abusivos y mafiosos, en ocasiones en coordinación unos con otros. Sí importa; y el problema va mucho más allá de Sepp Blatter, la FIFA y el fútbol.

La corrupción en los deportes tiene cuatro ejes impulsores principales y relacionados entre sí

Uno es la innecesariamente faraónica escala de los megaeventos deportivos. Para los regímenes cleptocráticos (sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos) como el de Rusia – sede de las costosas Olimpiadas de invierno de 2014 y la planeada Copa Mundial en 2018 _, éstas son oportunidades espléndidas para malversar fondos públicos. Las víctimas son los defraudados contribuyentes, pensionistas y servicios públicos del país anfitrión.

Segundo, los deportes al más alto nivel son ahora una mercadería mundial, que atrae enormes sumas de los mercadólogos y de las cadenas difusoras (el drama deportivo en tiempo real es uno de los pocos imanes de público en vivo que quedan). Como sugiere la investigación estadounidense que ayudó a derrocar a Blatter, los sobornos en ocasiones lubrican los contratos sustanciosos que surgen. Por ello, la corrupción deportiva es inextricable del más amplio flagelo de los sobornos corporativos.

Un tercer factor es la globalización insuficientemente regulada de las apuestas, y su explotación por parte de los que arreglan partidos y lavan dinero. Estas apuestas difícilmente son nuevas: la manipulación de la Serie Mundial de beisbol de 1919 está inmortalizada en “The Great Gatsby”. Pero las bases de fanáticos en todo el mundo y el Internet las han hecho mucho más lucrativas, atrayendo a mafiosos serios de Asia y el este de Europa.

Por último, la administración de demasiados deportes es opaca, monopolista, mal monitoreada y totalmente inadecuada para la era de las grandes cantidades de dinero. Algunos deportes (como el tenis profesional) y lugares (como Finlandia y Corea del Sur, que han aplicado mano dura contra el arreglo de partidos en el fútbol) se han puesto al día. Otros, como la FIFA, han resultado mal preparados para combatir la depredación y demasiado hospitalarios con los funcionarios poco escrupulosos. El fútbol no es el único deporte vulnerable; el escándalo ha afectado a pasatiempos tan oscuros como el balonmano. A menudo intervienen políticos malvados, como algunos de los muchos involucrados en el criquet indio (un pantano de partidos arreglados y sobornos).

En muchas formas, la globalización ha sido una bendición para los deportes, y no solo para los jugadores bien pagados y las concesionarias de autos que patrocinan. Ha producido estándares más altos, mejores estadios y espectáculos más profesionales. Pero para hacer frente a los riesgos que le acompañan, los deportes necesitan ser dirigidos como empresas transparentes y rigurosas. En algunos casos, sus funciones de establecimiento de reglas y promoción deberían separarse de sus papeles de mercadotecnia y organización de eventos. Los patrocinadores corporativos deberían ser más rápidos de lo que han sido en el caso de FIFA en desasociarse de los robos.

Sin embargo, como la corrupción deportiva es un reflejo de problemas más amplios – los deportes meramente son un organismo al cual los súcubos criminales se sujetan _, es demasiado formidable para que la enfrenten las organizaciones deportivas por sí solas, aun cuando se inclinen a hacerlo.

Precisamente porque es un nexo para la delincuencia y la mala práctica más amplias, otros gobiernos y agencias policiales deberían imitar al Departamento de Justicia de Estados Unidos (y a la Suprema Corte de India, que está tratando de limpiar al criquet) persiguiendo a los malversadores, los sobornadores y los lavadores de dinero, e imponiendo castigos severos a quienes atrapen.

Con demasiada frecuencia, las autoridades han compartido la concepción errónea de que la corrupción en los deportes es esencialmente benigna. Preocupados por parecer aguafiestas, lo han dejado pasar. La vergüenza de la FIFA debería marcar el fin de esa ingenuidad.

Un juego bonito, un negocio sucio

La fascinante magia de Lionel Messi y la gracia poderosa de Cristiano Ronaldo son alegrías dignas de contemplar. Sin embargo, para los internacionalistas devotos, la verdadera belleza del fútbol radica en su largo alcance, de Este a oeste y de norte a sur. El fútbol, más que cualquier otro deporte, ha prosperado en la globalización.

Documentos obtenidos por el Sunday Times de Gran Bretaña supuestamente han revelado pagos secretos que ayudaron a Qatar a ganar los derechos de ser anfitrión de la Copa del Mundo en 2022. Si esa competencia fue arreglada, tiene compañía. Se dice que un reporte de FIFA, el organismo que rige al fútbol, concluyó que varios partidos de exhibición fueron arreglados previos a la Copa del Mundo en 2010. Como siempre, nadie ha sido castigado.

Esto solo da lugar a otras preguntas. ¿Por qué alguien pensó que celebrar la Copa del Mundo en mitad del verano árabe era buena idea? ¿Por qué el fútbol está tan rezagado de otros deportes como el rugby, el cricket y el tenis en el uso de tecnología para verificar las decisiones de los árbitros?

Más que todo, ¿por qué el juego más grandioso del mundo es dirigido por tal grupo de mediocres? En cualquier otra organización, los interminables escándalos financieros habrían conducido a su destitución hace años.

Muchos fanáticos del fútbol se muestran indiferentes ante todo esto. Lo que les importa es el juego bonito, no los desgastados viejos funcionarios que lo dirigen. Además, la bajeza moral de FIFA difícilmente es única. Después de todo, el Comité Olímpico Internacional enfrentó un escándalo como el de Qatar por la concesión de los Juegos de invierno en 2002, aunque ha hecho un intento mucho mayor por limpiarse. El jefe de la Fórmula Uno, Bernie Ecclestone, está acusado de sobornos en Alemania, mientras que el básquetbol estadounidense destituyó a un dueño por declaraciones racistas. El cricket ha tenido sus propios escándalos de partidos arreglados. El fútbol americano quizá se ve abrumado por las reclamaciones de compensación por lesiones de ex jugadores.

No obstante, los fanáticos del fútbol se equivocan al pensar que no hay ningún costo en todo esto.

Primero, la corrupción y la complacencia en los niveles superiores hace más difícil combatir las trampas en la cancha. En cada partido se apuestan cantidades de dinero cada vez más grandes; quizá sean 1,000 millones de dólares por partido en la Copa del Mundo. Bajo presión externa para reformarse, la FIFA recientemente incorporó a algunas personas buenas, incluyendo a un respetado experto en ética como Mark Pieth. Sin embargo, ¿quién escuchará los sermones sobre la reforma en un grupo cuyo rostro público era Blatter?

Segundo, la corrupción a gran escala no carece de víctimas, y no termina cuando un país anfitrión es elegido. Para los regímenes sospechosos, del tipo que sobornan a los funcionarios del fútbol, un importante evento deportivo también es una posibilidad de defraudar a las arcas estatales, por ejemplo concediendo grandes contratos a compinches. Los torneos que deben ser celebraciones nacionales corren el riesgo de convertirse en festivales de corrupción.

Finalmente, hay un gran costo de oportunidad. El fútbol no es tan mundial como podría ser. El juego no ha conquistado a los tres países más grandes, China, India y Estados Unidos. En este último país, el fútbol es jugado, pero no visto. En China e India, ocurre lo contrario. India y China no estuvieron en Brasil, y en realidad han jugado en las finales de la Copa del Mundo solo una vez entre ellos.

En defensa de FIFA, la falta de interés de esos tres grandes países se debe en gran parte a sus respectivas historias y culturas y a la fuerza de deportes existentes, notablemente el cricket en India. El fútbol está ganando terreno lentamente: En Estados Unidos, por ejemplo, la primera generación de padres estadounidenses que crecieron con el juego ahora lo están pasando a sus hijos.

Sin embargo, eso solo subraya la locura de FIFA al conceder la copa a Qatar, en vez de a Estados Unidos. El aire enrarecido de las oficinas centrales de FIFA en Suiza difícilmente tranquiliza a los fanáticos jóvenes en China que están hartos de la corrupción y los partidos arreglados en las ligas de fútbol nacionales.

Sería bueno deshacerse de Blatter, pero eso no solucionaría el problema estructural de FIFA. Aunque legalmente registrada como una organización sin fines de lucro suiza, FIFA no tiene amo. Quienes podrían llamarla a cuentas, como las organizaciones de fútbol, nacionales o regionales, dependen de su dinero. Las altas barreras para el ingreso hacen improbable que surja un rival, de manera que FIFA tiene un monopolio natural sobre el fútbol internacional. Una entidad de esta escala debería ser regulada, pero FIFA no responde ante ningún gobierno.

Aun así, pudiera hacerse más. Los suizos deberían demandar una limpieza o retirar el estatus fiscal favorable de FIFA. Los patrocinadores deberían intervenir con firmeza en la discusión de la corrupción y de la necesidad de introducir nueva tecnología: Una revisión inmediata del video de cada penal y gol sería un comienzo.

La pieza más difícil del rompecabezas es el proceso de selección de anfitriones. Una opción sería asignar la Copa del Mundo a un país y dejarla ahí, pero el equipo nacional de esa nación tendría una gran ventaja, y los torneos se benefician del movimiento entre diferentes zonas horarias.

Una opción económicamente racional sería dar al ganador de este año, y a cada campeón sucesivo, la opción de ser anfitrión del torneo dentro de ocho años o subastar ese derecho al mejor postor. Eso favorecería a las potencias del fútbol. Como la mayoría de ellas ya tienen los estadios, habría menos derroche; y ofrecería un incentivo más para ganar.

Lamentablemente, los fanáticos del fútbol son nacionalistas románticos, no economistas lógicos, así que esta propuesta tiene menos probabilidad de ganar que Inglaterra. Un pequeño paso hacia la cordura sería rotar el torneo, de manera que fuera, digamos, de Europa a África a Asia y al Continente Americano, lo cual al menos detendría la corrupción intercontinental.

Sin embargo, es poco probable que esto suceda, sin cambiar a los directivos en Zúrich.

CONTEXTO TEMÁTICO:
Un documento de © 2015 Economist Newspaper Ltd.
Todos los derechos reservados.
Distribuido por: The New York Times Syndicate

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