La marca deportista, por su rótulo de estrella, se convierte en modelo persuasivo tanto de la decisión de compra como del ruido corporativo gracias a su impacto de imagen en la mente de los consumidores.

Tiger Woods vivió el efecto imagen negativa sobre su marca como ya lo sintieron el nadador olímpico Michael Phelps fumando marihuana, y David Beckham y una presunta relación extramarital del futbolista con su asistente personal Rebeca Loos.

Los deportistas con el rótulo de estrella son marcas personales que activan tanto la decisión de compra como el ruido corporativo gracias al impacto de imagen en la mente de los consumidores. Pero esta fusión no está fuera de riesgo. El trance se produce cuando el comportamiento personal frente a la sociedad se transforma en negativo.

La ‘publicidad con mancha’ puede tener efecto sobre las etiquetas que el deportista respalda. La naturaleza de hombre público e ídolo cobra mayor importancia cuando se convierte en pieza clave del desarrollo estratégico de un producto o servicio. Woods como Beckham, Brayant o Phels fueron víctimas del reducido espacio que un “atleta top” goza entre sus libertades públicas y su vida privada.

De un lado, la sociedad (léase consumidores) asume que cada uno de los actos en y fuera de los escenarios son de su territorio por el valor que toma luego penetrar en sus hogares como ejemplo de superación, modelo disciplina y consejero de persuasión.

En otro, los medios de comunicación hacen de ‘su rol’ un motivo para transmitir ‘iconos de gratuidad’ que procesados por sus consumidores elevan las emisiones en términos de sintonía sin medir los límites del respeto que inspira esta rica fuente de ruido mediático; mientras que al vaivén de estas posturas, los patrocinadores se convierten en fiscales de sus movimientos para medir la efectividad de los presupuestos.

Cuando la imagen sube por efecto del gesto en el campo, sociedad, medios y empresas ‘arropan’ el triunfo como pretexto para cobrar, cada una a su medida, los réditos de sus inversiones. Pero tras el mínimo traspié y como ‘hábiles jueces de campo’ aplican el más severo de sus reglamentos moral y comercial para condenar a quien hasta hace poco elevaba el sentimiento de la pasión de los consumidores, la exaltación del juego a espectáculo, la persuasión de consumo y el reconocimiento de imagen corporativa.

Qué hace morbo la vida privada

Sin los límites definidos entre los territorios público y privado, siempre resultará permeable el acceso para convertir en espectáculo el más sagrado de los derechos de libertad del ser humano: la intimidad.

El afán de convertir en ruido el quehacer íntimo del atleta es una peligrosa estrategia informativa (llámese periodística) que más allá de llamar sintonía, es un delito camuflado como acto de libre circulación por su condición de hombre público, y que el medio aprovecha para contar como noticia que el ídolo faltó a su compromiso de “ser inmaculado ante la sociedad de consumo”.

No tiene siquiera apariencia de verdad esta hipócrita actuación de algunos de los más notables protagonistas de la industria del deporte contra la principal materia prima de sus actividades de negocio: el deportista.

Medios de Comunicación e Inversores de patrocinio deberían “jugar” con mayor responsabilidad a la hora de asumir posturas inapropiadas de fiscales y de jueces sobre el comportamiento privado de un atleta, un ser humano con manchas y defectos tan comunes como los actos que cometen a diario tanto los miembros de los directorios ejecutivos de las empresas como los llamados interlocutores de los consumidores: los periodistas, con patente para seguir, procesar y convertir la intimidad en morbo mediático.

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Es mercadólogo deportivo, profesor U-Learning y productor de nuevos medios. Es el director de los canales educativos de economía e industria del deporte deporteynegocios.com y RHB Sport 4.0, rolfehugobuitrago.com

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